La novela es un buen tejido y conjugación de varios géneros (histórico, thriller, de tesis, aventuras, costumbres y sociológica) que corre al inicio riesgos de perder lectores por las conexiones a fuego lento que efectúa el autor de capítulo a capítulo.
Siempre que miro la estatua del combatiente popular, esa que ahora sirve de portada a la última novela de Erick Aguirre, El meñique del ogro, donde se observa su cabellera, desde abajo y desde atrás, como el peinado de Gokú, apuntando al cielo con su fusil; me digo que es el homenaje a “Charrasca”, héroe olvidado y despreciado de la Revolución sandinista, que se movió entre las frágiles líneas de la delincuencia y el arrebato justiciero; del fusil del guerrillero urbano y el zapapico del trabajador.