El libro “Los volcanes de Nicaragua” es la radiografía más completa del corredor volcánico de este país. En él se explican los efectos de las explosiones de varios colosos en un largo período.
Sitios que hoy son potenciales turísticos de Nicaragua, surgieron de una intensa actividad volcánica durante siglos. Conocer detalles de cómo se moldeó buena parte de la geografía nicaragüense, a golpes de erupciones, es uno de los valores de la nueva obra del geógrafo y naturalista Jaime Íncer Barquero: “Los volcanes de Nicaragua”.
La erupción que originó la laguna de Apoyo puede ser “la catástrofe volcánica más violenta” ocurrida en Nicaragua en la época cuaternaria, explica Íncer, quien este jueves presentó el libro auspiciado por la Fundación Uno.
Esa laguna, hoy destino de miles de turistas, mide un diámetro de seis kilómetros y tiene 200 metros de profundidad, “un pozo gigantesco alimentado por aguas subterráneas”, detalla el científico nicaragüense.
Más al sur, el volcán Mombacho, cubierto hoy por una nebliselva con recursos biológicos incalculables y plantaciones de café, en el año 1570 sepultó una aldea indígena y las rocas que lanzó habrían formado las isletas en el lago Cocibolca.
La isla Zapatera, en el mismo lago, también es vestigio de un antiguo volcán que llegó a crecer hasta 600 metros.
Cinco volcanes de Nicaragua en actividad
Las huellas de Acahualinca, en un barrio de la ciudad de Managua junto al lago Xolotlán, son marcas que dejaron los aborígenes que un día huyeron despavoridos ante la erupción inesperada de un volcán, hace más de dos mil años.
El Cosigüina es el único volcán nicaragüense con nombre maya. “El volcán de mayor altura, en tiempos precolombinos, se levanta en el extremo de una península que se interna en el Golfo de Fonseca, como atalaya o heraldo”, explica Íncer Barquero.
El volcán Casita, muy mencionado desde 1998 por el deslave que ocurrió en sus laderas causando miles de víctimas, se llamaba Apastepe, como lo bautizaron los aborígenes.
La primera referencia al Momotombo la hace el gobernador español Pedrarias Dávila, en 1525, en una carta al emperador Carlos I: “Cabe esta ciudad de León está otro cerro muy alto y por encima de la corona sale el fuego, que se ve a la clara del día y de noche por cinco bocas”.
Sobre el volcán Masaya, al que subió el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en 1529, Íncer Barquero comenta que en esa época “la presencia de un volcán con un lago de lava persistente en donde el combustible no se consumía, sumado a las ideas de la Iglesia, los mitos romanos y los de los aborígenes, reforzaron la idea de que Masaya era la verdadera ‘boca del infierno’ debido al supuesto hecho de que el fuego no se consumía y por tanto era el ‘fuego eterno’”.
El científico nicaragüense cita al vulcanólogo norteamericano Alexander McBirney para señalar la hipótesis de que los volcanes de Nicaragua suelen activarse en períodos alternos de 20 a 30 años. Entre 1925 y 1950, “casi todos los volcanes nicaragüenses permanecieron quietos”, afirma Íncer.
En Nicaragua, según esta obra, existen unas 50 estructuras volcánicas, entre activas, inactivas y extintas. Un volcán poco conocido es el Moyotepe, ya extinto, al que en una época le llamaron El Obraje. Está situado al norte del volcán San Cristóbal.
Después de las destrucciones y hasta muertes causadas por las erupciones volcánicas, han quedado como compensación algunas formaciones geográficas, lagunas sobre todo, que se convirtieron con el tiempo en atractivos para el turismo. Además, “la caída y descomposición de cenizas deja abonados los suelos con valiosos fertilizantes naturales” que contribuyen a mejorar las cosechas y sus rendimientos, asevera Jaime Íncer Barquero.
Fuente: El Nuevo Diario