Presenciaba el acto doña María de la Paz. Julia Arellano de Pasos hizo una propuesta en firme a doña Luisa Chamorro de Arellano
A la madre de mi tatarabuelo la llamaban en su juventud “La Imperialota” por su ardiente fidelidad a la monarquía española, cuyo fin —creía— implicaría el peligro de que gente de otra religión, de otra lengua y de otra raza se posesionara de Nicaragua. O también quizá recibía ese cognomento por su fuerte carácter altivo. En septiembre de 1821, cuando en la capital del Reino de Guatemala fue proclamada la independencia formal del imperio español, su hijo Narciso le expresó: ––“Madre. ¡Ya somos libres!”. Y ella le replicó: ––“Estúpido. Ahora cualquier basurita de la calle te podrá azotar el rostro”.
Postulante en una subasta
Su nombre completo era María de la Paz del Castillo y Guzmán. Así con su firma bien clara, figura en un expediente de la testamentaria de don Narciso sobre el remate público ––o subasta–– de una casa valorada en 445 pesos. Tras pujas y mejoras, ella la postuló por 450. El alguacil mandó a ejecutar el remate: “Ea, señores, si no hay quien pague ni quien dé más, a la, a las dos, a las tres, qué bueno, qué bueno, que el remate recaiga en la postora ciudadana María de la Paz del Castillo y Guzmán”.
Entonces tendría unos 61 años, si se acepta el año de su nacimiento que sus numerosos descendientes le atribuyen —1770— y no era opulenta, como se afirma que fue su hijo. Otra mayor riqueza poseía: el intelecto. El cronista de Granada refiere que María de la Paz se dedicó afanosamente a la educación de sus dos hijas: Luz y Julia Arellano del Castillo y Guzmán; y ya en su edad postrimera, a la de sus nietas Pasos Arellano y Arellano Chamorro, pues doña Julia se había casado con Procopio Pasos y la esposa de don Narciso era Luisa Chamorro Sacasa.
Maestra de sus nietos
De manera que la solícita y respetable doña María de la Paz fue envejeciendo en sabiduría, pues realmente era mujer de mucho entendimiento. Así lo refleja el par de daguerrotipos que lograron conservarse de su agraciado rostro decisorio. ¿Qué enseñaba? A leer y escribir, nociones de aritmética y gramática latina, mucha doctrina cristiana y algunos conocimientos literarios por buena lectura, comenzando por los autos sacramentales de Calderón de la Barca y las novelas ejemplares de Miguel de Cervantes.
Impartidora de justicia familiar
A la muerte de mi tatarabuelo, su viuda doña Luisa y su hermana doña Julia de Pasos —también ya viuda— resolvieron hacer la partición del capital autorizadas por doña María de la Paz, poseedora del don de impartir justicia familiar. En el aposento de la casa de doña Julia estaban sentadas, frente a frente, las cuñadas procurando formular lotes iguales con los bienes de la herencia.
Presenciaba el acto doña María de la Paz. Julia Arellano de Pasos hizo una propuesta en firme a doña Luisa Chamorro de Arellano. Doña María de la Paz, en silencio, y creyendo que doña Julia no la veía, hizo una señal con el dedo a doña Luisa para que no aceptara. Por un espejo que tenía en frente, doña Julia percibió la señal y le dijo a doña María de la Paz: —“Madre, usted no se meta”. Sonriente, aquella le contestó: —“Hija mía: cuando entre dos hijos hay una cuestión, y ellos son gavilán y paloma, Dios dice que la madre debe ayudar a la paloma”.
Ambas cuñadas rieron de la ocurrencia y encargaron a la madre y suegra que trazara los lotes. Lo hizo con rigurosa equidad. La casa solariega de los Arellano fue adjudicada a Julia de Pasos. En ella pasó doña María de la Paz sus últimos años. Pero no le fue dado gozar de tranquilidad en ningún periodo de su vida. Las luchas políticas, el largo e intenso sitio de Granada por las tropas leonesas en 1854, la gran depresión económica que sufrieron las familias, no la anonadaron. En enero de 1855 murió su hija Julia y quedó doña Paz viviendo con sus nietos Pasos, sin desatender a los otros que habitaban en casa aparte. Y vino la toma de Granada por William Walker y la señora, española y católica, creyó ver realizados sus temores de la conquista de Nicaragua por hombres de otro credo, de otra lengua y de otra raza.
Fallecida en su aposento colonial
La madre de mi tatarabuelo don Narciso corrió toda la tempestad de la guerra contra el filibusterismo en su casa, cuyo incendio presenció. Su corazón de anciana —tenía 86 años— se estremeció ante la destrucción de Granada, la dispersión de los granadinos, la ruina y el exterminio general.
Pero Walker y sus filibusteros fueron expulsados. Los postrimeros cuatro años de su existencia los pasó doña María de la Paz rodeada de nietos y bisnietos que, según ella, Dios le había otorgado la dicha de acariciarlos y protegerlos. Ya desaparecidos los hombres de otra raza, y en plena reconstrucción de la ciudad, tuvo la satisfacción de morir en su mismo aposento, reconstruido con su trazado colonial, al que estaban vinculados sus recuerdos.
(Fragmento de mi libro “Mi tatarabuelo don Narciso y otras crónicas granadinas”, recientemente editado en la Colección Amerrisque del doctor Melvin Wallace).
Fuente: El Nuevo Diario